martes, 21 de septiembre de 2010

Oriente en armas

ORIENTE EN ARMAS

Oriente Medio está viviendo la mayor y más veloz carrera de armamentos del mundo, y ahora todos quieren ser nucleares. Israel ya lo es y las aspiraciones de Irán están extendiéndose por toda la región. ¿Quién arrojará la primera bomba?


En el Libro de los Jueces, el guerrero judío Sansón, dotado de una fuerza sobrenatural, es seducido por la filistea Dalila para que le revele el secreto de su poder. Cuando ella le corta la melena, sus compinches le capturan y le dejan ciego. En su ira vengativa, Sansón derriba dos columnas de un templo en Gaza, que al derrumbarse acaba con su vida... y con la de miles de filisteos. Fue el primer acto de sacrificio suicida. Según la Biblia, en aquellos tiempos los filisteos, que disponían de armas de hierro, prohibían a los israelitas tener herreros por temor a que adquirieran los medios necesarios para competir en el campo de batalla. Con este pasaje bíblico en la mente, Israel llamó a su programa nuclear Opción Sansón, una estrategia desarrollada sobre todo para disuadir al enemigo (y quizá destruirle), pero también con el potencial para autoaniquilarse.

Ahora, el equilibrio de poder en Oriente Medio está cambiando. Irán es el gran vencedor de la ocupación estadounidense de Irak, y su influencia se ha ido extendiendo poco a poco a Siria y a los países del Golfo. Por contra, la influencia israelí parece haber disminuido desde el fracaso de las negociaciones de Camp David II con los palestinos en 2000. Aquel año, Israel se retiró de forma unilateral del sur de Líbano, un gesto desesperado que repitió cinco años más tarde en Gaza en 2005. Hezbolá y Hamás han pasado de ser milicias islamistas a actores elegidos en las urnas con el firme apoyo de Teherán. Mientras, los regímenes árabes moderados siguieron reclamando un amplio acuerdo de paz con Israel mediante la iniciativa de la Liga Árabe, presentada en Beirut en 2002 y resucitada en Riad en 2007, a la que Israel no respondió. En una región en la que seguridad es sinónimo de estabilidad, la carrera de armamentos no es nada nuevo, pero la diferencia es que en los próximos años habrá dos potencias nucleares. Más allá de las alertas sobre guerras apocalípticas de los más agoreros, la respuesta sobre cómo podrá avanzar, y quizá terminar, este prolongado conflicto puede hallarse en los orígenes bíblicos y en la misma historia del Estado de Israel.

Tel Aviv disfruta de la hegemonía regional gracias a la habilidad del sionismo para lograr el apoyo de las superpotencias antes y después del Holocausto, una tragedia que despertó una enorme simpatía hacia los judíos en la psique occidental. Mientras, las potencias coloniales europeas colocaban a gobernantes autoritarios en los países árabes para asegurarse el lucrativo recurso energético que constituía el petróleo. Con un colonialismo en declive y un nacionalismo árabe en ascenso, los satélites de Estados Unidos y de la Unión Soviética chocaron en frentes como Oriente Medio y Asia Central. El gran juego del siglo XIX entre la Rusia zarista y la Gran Bretaña victoriana continuó en el XX entre un EE UU capitalista y Moscú y sus aliados. Tel Aviv se convirtió en el amigo más poderoso de Washington en Oriente Medio, una cooperación intensificada debido al atentado del 11-S, y comenzó una nueva guerra fría marcada por un telón verde a lo largo de todo el mundo arabemusulmán y alrededor de un Irán cada vez más irascible y menos receptivo.

El impasse actual entre Occidente y Teherán tiene que ver con la necesidad de mantener la supremacía nuclear de Israel en la región. En 1949, poco después de la proclamación del Estado hebreo, el primer hombre en ocupar el cargo de primer ministro del país, David Ben Gurión, puso en marcha un programa nuclear que la Casa Blanca no respaldó. Sin embargo, Francia y Gran Bretaña aspiraban a recuperar un punto de apoyo en Oriente Medio y querían castigar al líder panarabista egipcio Gamal Abdel Nasser por nacionalizar el Canal de Suez. En 1954, Francia aceptó ayudar a Israel a convertirse en una potencia nuclear. París y Tel Aviv, de paso, acordaron detener a Nasser y otros regímenes radicales y, en 1956, el Ejército israelí invadió la península del Sinaí junto con Francia y Gran Bretaña. Washington y Moscú rechazaron de inmediato la intervención trilateral, pero, a cambio de su papel en aquella aventura, Tel Aviv obtuvo información sobre investigación nuclear y promesas materiales. De Gaulle envió cientos de técnicos al pequeño nuevo país y le ayudó a construir un reactor nuclear de 24 megavatios en 1958 en Dimona, en el desierto del Neguev. Israel ocultó su programa atómico a Washington durante años aduciendo que la instalación era una fábrica textil, más tarde una central de extracción de agua y después una planta desalinizadora. Sin embargo, según el historiador israelí Tom Segev, a mediados de los 60 ya extraía plutonio, e incluso pensó en llevar a cabo una prueba nuclear contra sus vecinos árabes antes de la guerra de 1967. El test no llegó a materializarse, pero se inauguró en la región una estrategia de disuasión: la idea central de la Opción Sansón.

Israel posee un arsenal de 200 cabezas nucleares, según el periodista británico Jonathan Cook. Pero, como en el caso del guerrero bíblico, su fuerza se ha convertido en una carga más que en una ventaja, al fomentar entre sus vecinos la proliferación de armas y dispositivos nucleares. En gran parte como respuesta al poder atómico de Israel, Irán argumenta: si ellos tienen la bomba, ¿por qué no nosotros? Con la excusa de desarrollar energía nuclear para usos civiles, Teherán ha lanzado un ambicioso programa de enriquecimiento de uranio que, según ha reconocido el presidente Ahmadineyad, supondrá pasar de 3.500 centrifugadoras operativas a 9.000 en la planta nuclear de Natanz, una cantidad que, según los expertos, sobrepasa la necesaria para usos civiles.

El régimen de los ayatolás inició su programa nuclear en 1985, empleando como modelo el diseño de las centrifugadoras P-1 paquistaníes, para crear uno propio más tarde: el IR-2 (iraní de segunda generación), con la última tecnología. Hacen falta unas 1.200 centrifugadoras de este tipo para fabricar una bomba nuclear. Irónicamente, fue bajo el régimen del sha (y con el visto bueno de Estados Unidos) cuando se dieron los primeros pasos para hacer llegar la energía nuclear a la entonces Persia. Con la Revolución Islámica, el sha murió en el exilio y a EE UU le salió el tiro por la culata.

REACCIÓN EN CADENA

Aunque se cree que a Irán le faltan varios años para fabricar armas nucleares, sus aspiraciones han generado una onda expansiva en todo Oriente Medio. Ha empezado la carrera: Egipto, Jordania, Marruecos, Libia, Argelia, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y otros pretenden entrar en ese club. EE UU firmó un acuerdo sobre energía atómica con Bahrein en marzo de 2008, tras el pacto bilateral de Francia con EAU, en enero de 2008, por el que va a entregar un reactor de 4.000 millones de euros para el programa de energía nuclear de los Emiratos. A cambio, el Gobierno de este país aceptó acoger una base militar francesa de forma permanente cerca de Abu Dhabi, que albergará, en principio, a 500 soldados. Un mes más tarde, la compañía estatal gala Areva firmó con tratos independientes por 84 millones de euros para proporcionar energía a la isla de Palm Deira, en Dubai, el mayor proyecto insular artificial del planeta. Al apoyar de forma tan explícita las intenciones de Washington en Oriente Medio, París parece estar sustituyendo a Londres como gran aliado transatlántico. Aparte del refuerzo de tropas, hasta 165.000 soldados en Irak, Estados Unidos mantiene otros 40.000 soldados en otras bases en Qatar, Bahrein y Arabia Saudí.

Tras la invasión iraquí de Kuwait, la presencia militar estadounidense en el corazón de dar al islam (la casa del islam) facilitó a los extranjeros el acceso al petróleo de la región y revivió las comparaciones con la ocupación de los cruzados, aprovechadas por el renegado de la casa Saud, Osama Bin Laden, que culminaron una década más tarde en los atentados del 11-S. Por miedo a un contagio del caos tras el estallido del conflicto de Irak de 2003, y con el fin de mostrar su adhesión a la guerra contra el terror, Arabia Saudí empezó a construir una verja electrificada alrededor de sus fronteras para impedir el paso de rebeldes y aplastar cualquier disidencia interna, empleando una vez más miles de millones de sus petrodólares en comprar material militar a EE UU para proteger al régimen de los grupos islamistas.

En paralelo a la carrera nuclear, se llevan a cabo enormes acuerdos de venta de armas, y ambas cosas se remontan varias décadas. Con independencia de lo (in)útiles que puedan ser los aviones de combate para luchar contra los insurgentes, la venta a Riad de 72 cazas Eurofighter Typhoon que negoció para 2006 la empresa británica BAE Systems ascendía a 15.000 millones de euros. Y no era más que la última parte de los acuerdos de Al Yamamah de compraventa de armas entre Reino Unido y Arabia Saudí –que suponían la transferencia de tecnología estadounidense–, pendiente desde la era Thatcher, en los 80. En diciembre de 2006, el entonces primer ministro británico Tony Blair afirmó que armar al reino de los Saud era una acción de seguridad nacional porque “corrían peligro vidas británicas inocentes”. Asimismo, obligó a la Oficina de Grandes Fraudes (en inglés, SFO) a cerrar el caso contra la empresa, afiliada alMinisterio de Defensa británico, que estaba acusada de sobornos en la venta a Riad de aviones Hawk y Tornado, entre otros materiales militares, en 1985, dentro del que fue hasta entonces el mayor acuerdo de armas de la historia de Reino Unido, valorado en 86.000 millones de dólares. A pesar del veto de Blair (¡hoy, enviado especial del Cuarteto para OrienteMedio y defensor de la creación de un Estado palestino en 2008!), el pasado abril se reabrió la causa contra la compañía. En ella, por cierto, el príncipe saudí Bandar, ex embajador enWashington e hijo del príncipe heredero Sultán, aparece como sospechoso de desfalco en relación con un Airbus y 2.000 millones de dólares que empleó para adquirir propiedades inmobiliarias en EE UU.

Mientras BAE Systems se defendía de las acusaciones de corrupción, Estados Unidos, que también investigaba el asunto, detuvo a varios directivos de la empresa en el aeropuerto de Houston (Texas). Las megamultinacionales no han tomado el relevo, todavía. Y, si lo hacen, Estados Unidos prefiere utilizar las suyas para mantener el monopolio del comercio de armas en Oriente Medio.

ISRAEL, MÁS GOLIAT QUE NUNCA

La venta de armamento no es sólo increíblemente lucrativa, sino que crea una interoperatividad militar entre las fuerzas estadounidenses y las del país comprador, ya que los contratos van acompañados de un paquete de mantenimiento logístico y de formación que asegura que la relación durará entre 10 y 20 años, con la consiguiente elaboración de acuerdos bilaterales para reforzar las alianzas regionales. Esto explica los acuerdos de compraventa de armas por valor de 20.000 millones de dólares entre EE UU y los Estados árabes moderados, anunciados en agosto de 2007. Arabia Saudí se lleva la mayor proporción, pero Kuwait, Qatar, Omán, Bahrein y los cinco emiratos también recibirán una nada desdeñable porción de la tarta durante los próximos 10 años. Asimismo, Egipto ha renovado su acuerdo pendiente por 13.000 millones de dólares.

Estos grandes pactos surgieron como preparación a la conferencia de Annapolis (EE UU) en noviembre de 2007, que pretendía dar un empujón a la paz entre Israel y Palestina. Y preocupaba poder asegurar que Tel Aviv conservara la ventaja militar cualitativa, así que Washington aumentó su oferta a Israel en un 25%, hasta 30.000 millones de dólares para la próxima década. Israel conserva su hegemonía militar regional y Estados Unidos puede seguir apuntalando a sus aliados suníes con nueva tecnología, como los paquetes de municiones de ataque directo conjunto para Arabia Saudí, que pueden suministrar armas guiadas por satélite para los aviones F-15 Strike Eagle comprados a EE UU en los 90. Como repitieron los secretarios de Estado, Condoleezza Rice, y Defensa, Robert Gates, en Yeda (Arabia Saudí) el 1 de agosto de 2007: “Esto no es nada nuevo”. Tenían razón sobre los pactos de venta de armas y sobre las aspiraciones a convertirse en potencias nucleares.

La dependencia del gas natural y del petróleo sale cada vez más cara, a medida que los precios, desde la guerra de Irak de 2003, siguen subiendo hasta niveles inauditos. Egipto, por ejemplo, está intentando diversificar sus fuentes y ha creado un Consejo Supremo de la Energía con el fin de elucubrar el modo de obtener un 20% de sus necesidades energéticas de fuentes renovables, como la energía solar, la eólica y la nuclear. Desde los 40, los científicos de ese país estudian cómo desarrollar su capacidad nuclear, sobre todo en el centro de investigaciones de Inshas (al norte de El Cairo), por cierto, el mismo lugar en el que los jefes de Estado árabes se reunieron en mayo de 1946 y decidieron que Palestina debía seguir siendo árabe y que el sionismo constituía una amenaza para esa nación y otros países hermanos. El sionismo ganó la guerra de 1948, y más tarde, en 1967, Israel aplastó a los ejércitos árabes vecinos y terminó con el movimiento panarabista de Nasser, con lo que las aspiraciones nucleares de Egipto quedaron aplazadas. Sin embargo, hoy, Rusia es el primer candidato a suministrar a El Cairo combustible que le permita volver a poner en marcha su central. Asimismo, en 2005, Moscú acordó facilitar combustible de uranio poco enriquecido para el reactor nuclear de agua ligera cerca de Bushehr, en el sur de Irán, durante los próximos 10 años.

ASIMETRÍA REGIONAL

La diplomacia no ha logrado detener el programa nuclear iraní, que es percibido como una amenaza existencial contra Israel. La propuesta estadounidense de internacionalizar las actividades de enriquecimiento de uranio de Teherán y convertirlas en un programa multilateral no ha tenido respuesta y el Alto Representante de la UE, Javier Solana, no ha podido negociar la interrupción del programa iraní. En la primera división del poder internacional, la Unión Europea tiene escasa credibilidad en Oriente Medio y Asia Central, porque el poder blando europeo en escenarios como Afganistán, Irak y Palestina es percibido en esas regiones como un mero instrumento de la política exterior de poder duro de Estados Unidos.

Un ejemplo de lo que quiere hacer Washington en Oriente Medio es el adiestramiento de batallones de la Guardia Presidencial y las Fuerzas de Seguridad Nacional palestinas en la Academia Internacional de Entrenamiento de la policía en Jordania, al este de Ammán, la misma base utilizada por Estados Unidos para formar a la policía iraquí. Esto no es más que la antesala de las repercusiones que puede tener el informe estratégico encargado recientemente por Condoleezza Rice al general James Jones, enviado especial de EE UU para la seguridad en Oriente Medio, sobre la manera de encajar la solución de dos Estados (Israel/Palestina) en una estructura de seguridad regional.

No obstante, la posición de la Unión Europea junto a EE UU ha suavizado las políticas israelíes y de los neocons. En Líbano, importantes Estados miembros de la UE, como España e Italia, han evitado incluir el Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas para la misión reforzada en el país de los cedros (UNIFIL-2), que les habría autorizado a disparar a voluntad y a desarmar a las milicias libanesas por la fuerza. Al poner fin al bloqueo marítimo israelí de Líbano y ayudar a tranquilizar el sur, UNIFIL-2 ha hecho ganar varios puntos a Europa. Las escasas armas enviadas por Estados Unidos al Ejército libanés fueron una buena idea –Beirut necesita adquirir la capacidad de hacer respetar su soberanía–, pero la presión estadounidense sobre el primer ministro, Fuad Siniora, para que despidiera al jefe de seguridad del aeropuerto de Beirut y desmantelara el sistema de telecomunicaciones de Hezbolá fue una clara afrenta para la milicia chií. Ésta reaccionó en mayo de 2008 con la toma de la capital y de otras zonas del país, del mismo modo que Hamás se hizo con el control de Gaza en junio de 2007, cuando Washington apoyó los intentos de Mohamed Dahlan, el hombre fuerte de Al Fatah, por controlar los pasos fronterizos de la franja.

Los paralelismos entre Palestina y Líbano son abundantes. Ambos movimientos islamistas han pedido la reconciliación con los grupos laicos para formar gobiernos de unidad nacional, han sido rechazados y etiquetados de peones de Irán, se han declarado victoriosos tras disparar cohetes sin cesar durante ataques israelíes y han obtenido representación democrática en sus respectivas elecciones. Y ambos están rearmándose y mejorando sus misiles: Hezbolá tiene proyectiles Fajr Katyusha de largo alcance, dirigidos contra Tel Aviv, y Hamás ha mejorado la calidad y la precisión de sus cohetes caseros Qassam, que esta primavera cayeron por primera vez más allá de Ashkelon (a 15 kilómetros de la frontera de la franja de Gaza). Los dos movimientos, el chií Hezbolá y el suní Hamás, comparten la voluntad de perder la vida por su causa: la muerte a cambio de acabar con la ocupación israelí de Palestina y Líbano, por no hablar de la oposición islamista a la presencia militar de Estados Unidos en Irak.

La incapacidad israelí para ganar las batallas asimétricas contra estos movimientos de resistencia ha animado aún más a EE UU a renovar sus envíos de armas. Después de la guerra de 2006 entre Israel y Líbano, Tel Aviv puso en marcha un plan de mejora militar de cinco años. El proyecto Tefen 2012, con un coste de 60.000 millones de dólares, modernizará y completará los arsenales actuales del Ejército con cientos de vehículos de combate Stryker, escuadrones de nuevos aviones de combate F-35 Joint Strike, varios buques de combate de costa, más misiles y carros de combate Merkava. Además, aunque el objetivo del sistema Arrow, financiado por EE UU, es interceptar misiles balísticos de largo alcance procedentes de Irán, Israel también está desarrollando programas de defensa de corto y medio alcance llamados Honda de David y Cúpula de Hierro, para interceptar los proyectiles Fajr Katyusha de Líbano y los cohetes Qassam mejorados de Gaza. Además, Tel Aviv, como El Cairo, sigue recibiendo de forma gratuita excedentes de defensa y de armas desde Estados Unidos, y ha superado a Gran Bretaña como cuarto exportador de material bélico del mundo, según fuentes oficiales israelíes, con sus mercados principales en India y China.

Como sugiere la elección del nombre Honda de David, Israel sostiene que está siendo atacado por un Goliat filisteo, y que eso justifica los ataques preventivos contra sus enemigos. En verano de 2006 intentó aniquilar a Hezbolá, y en septiembre de 2007 atacó Siria para destruir un supuesto reactor nuclear secreto. Un día después de que Israel anunciara la reducción de la cantidad de tropas que había acumulado en los Altos del Golán (tal como Ehud Olmert informó a Damasco, a través de la Liga Árabe), Israel atacó las instalaciones del norte de Siria conocidas con el nombre en clave de Al Kibar, dotadas, en teoría, de material nuclear procedente de Corea del Norte y que trabajaban para Adbul Kader Jan, el padre de la bomba paquistaní. A pesar de la propaganda, el objetivo era el mismo que cuando Israel bombardeó la planta de Osirak (Irak) en 1981: impedir una posible paridad nuclear. En 2004, Israel se negó a revelar su capacidad al OIEA, pero dos años después Olmert declaró de forma implícita que su país posee armas nucleares y que las maniobras del régimen de los ayatolás tienen como fin obtener esa misma capacidad. Al mismo tiempo que sigue sancionándose a Irán, Israel firmó otro acuerdo nuclear con EE UU, en abril de 2008, para mejorar la seguridad y la tecnología en Dimona.

Antes de la incursión israelí en el norte de Siria, el presidente iraní visitó Damasco. De aquella visita, realizada en julio de 2007, salió un acuerdo de venta de armas entre ambos países por mil millones de dólares, que incluía misiles tierra-tierra y sistemas de combate anticarro y antiaéreos procedentes de Rusia y Corea del Norte, según afirmó el diario israelí Haaretz. Ante el temor de que este contrato fuera una realidad o para intentar romper el creciente chií Olmert inició conversaciones de paz con Siria, a través de Turquía, el pasado mayo, y con Líbano, en junio, por presión estadounidense. Pero ni la paz ni la frágil tregua en Gaza anularán la influencia regional de Irán. Es demasiado tarde. Teherán controla ya partes de Irak y tres islas de los emiratos, goza de firmes vínculos económicos con el golfo Pérsico y con Siria, y apoya a Hezbolá y Hamás como puntas de lanza contra Israel. Mientras los movimientos que dominan respectivamente Líbano y Gaza muestran cómo el poder político está cambiando en Oriente Medio, la inyección masiva de armas está echando más leña al fuego. Y ni todas las tropas estadounidenses estacionadas en Afganistán, Irak y Arabia Saudí, ni todos los buques estadounidenses presentes en el Mediterráneo y ante las aguas territoriales iraníes van a ser un obstáculo para el poder persa. A la vista de su inclinación por los ataques preventivos, es muy posible que Israel sea el primero en arrojar la bomba. Recordemos a Sansón: “Los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida” (Jueces, 16:30).


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